Heme aquí con la oportunidad nuevamente de relatarles mi experiencia en un videojuego. Es el turno de hablar de Dark Souls II. Me animé en gran parte porque mi amigo, el administrador de Kopodo, me motivó a desahogar mis sentimientos en contra y a favor del juego. Y me aprovecharé al máximo.
En dos patadas les explicaré: Dark Souls II trata de un guerrero que estando en la tierra de Drangleic, tiene que cazar almas para poder deshacerse de una maldición que lo convirtió en un “no muerto”. Resulta que al llegar al castillo de Drangleic, deberemos matar al que ocupa el trono, quitarle su anillo tan preciado, y convertirnos en soberanos gobernantes. A grandes rasgos.
Ese es el guión. La línea original del juego, pero su realidad es otra. Es morir, morir, morir, morir, morir, morir. Todo el tiempo, sin pausas, morir contra un débil, morir contra un jefe final, morir contra unos mini pseudo cerdos, morir por caer de cierta altura. Flechas, golpes, espadas, piedras: no hay armamento por más arcaico que no pueda matarnos. Es imposible no morir, y no podría dar un promedio exacto de muertes a favor, contra las ajenas.
Es por mucho, uno de los juegos más difíciles que he tenido que experimentar. Colmó mi paciencia y me puso al límite del enojo. Llegaron a haber momentos que no lo disfruté, y no quiero que se confunda con diversión, pues un juego no tiene que ser divertido para ser bueno. Les voy a platicar una de las secuencias más desgastantes que viví.
Al inicio, en la primera fogata, me decidí a explorar todo lo que el mini pueblo me ofrecía, de ahí pude derivar en un camino pegado al acantilado donde se levantaba una pared de mi lado izquierdo. Escondida había una especie de tumba con una estatua. Ésta a su vez me pedía que hiciera mi juramento a dicha orden y así pelear en el mundo de Dark Souls II. Tontamente acepté. Y en cuanto me uní, mi medidor de vida bajó de inmediato a la mitad, de manera permanente. Ya empezábamos mal ahí. Al regresar por mi camino, y entrar en el edificio adyacente, fueron solo mecanismos que tuve que activar para avanzar. Ya que había salido al aire libre y atravesado un gran pedazo de montaña, me encontré en una escalinata que terminaba en lo que probablemente era un salón ahora carente de paredes. Y ahí estaba mi primer rival de enorme tamaño: el doble que yo en altura, mínimo cuatro veces mi forje, y la espada era en todos sentidos más grande que yo. No les miento, lo pude matar después de quince ó veinte veces que me enfrenté a él, y con la mano en la cintura, se deshizo de mi con solo una estocada. Tuve que aprender a medir sus tiempos, los míos, los movimientos de ambos. Solo así pude salir avante. ¿Y eso qué? Me pregunto ahora, pues al subir una escalinata cercana, me encontré con otro más grande y con un mazo del doble de la espada del primero. Misma cuestión, veinte veces tuve que enfrentarme para matarlo. Al fin pude. Cuatro metros atrás y un tercer combatiente con medidas parecidas. Solo que a este lo evité corriendo por mi vida. De nada sirvió. Continué a otro salón pero ahora sí con paredes y mucho más grande, donde tres amigos (yo supongo) de los anteriores me aguardaban. Después de dos horas de intentarlo, perdí la cuenta de las veces que me mataron, igual de un solo golpe de las armas. Al lograr exterminarlos tuve 15 segundos de descanso cuando debí descender nuevamente. Otro rival y más grande. Misma frustrante y repetitiva historia. Al pasar victorioso después de otras tantos fracasos, una sala mucho más chica y con un jefe final (al menos eso parecía para mi) era lo que seguía. Imposible. Me fue imposible. Tres horas en total me bastaron para determinar que ese camino no era para mí, y que debía de seguir el otro que había visto antes. Quizá ese era menos difícil. No lo fue.
Dark Souls II es un juego que mata tu esperanza, se burla incansablemente de tu paciencia, bofetea tu perseverancia y hace una barbacoa con tu pericia.
Puedo soportar la muerte mil veces, pero no en un juego donde te matan, y te regresan hasta el último punto de guardado, que viene siendo cuando estuvimos en una fogata. Es decir, que si pasamos por 30 ó 50 enemigos después de ese punto, y nos mata el último, tendremos que volver a matar a los mismos. ¡Esto último es frustrante! ¡Desesperante! ¡Odioso! Lo es, en serio que lo es. Poco soportable y desmotivante. Estoy de acuerdo en algo difícil, pero no que vaya en contra del progreso en el juego y la historia. Si es que esta no era solo un pretexto para hacer el título, donde aventar el control es una opción real después de algunas horas.
“¡Carajo pégale!”, “¡No te mueras!”, “¡Quítate de ahí!”, “¿¡¿¡¿¡En serio un solo golpe?!?!?”, “¿Por qué me bajaron mi sangre?”, “¡MUEREEEEEE!”. Son solo algunas de las frases que un servidor expresó. Claro, todas estas ya pasaron el control de censura debido.
¿Me han preguntado que si lo recomiendo? De hecho sí. Y les respondo lo mismo. Un muy buen juego con algunos glitches por aquí y por allá, pero desesperante, frustrante y fastidioso por momentos. Siempre digo que lo jueguen pero primero lo pidan prestado o lo renten, porque después me pueden reclamar el gasto por un juego que no te puede caer bien o mal: o lo amas o lo odias.
No vayan y jueguen Dark Souls II por querer un reto. Para eso mejor un rompecabezas de 5000 piezas y completamente blanco. Vayan porque están dispuestos a no ganar. A no continuar ni lograr nada en varias horas, varias sesiones. En incontables días. Es un juego que requiere dominio y aprendizaje con el tiempo; mucha inversión del mismo por cierto. Y aun así, morirán y morirán. Al principio son solo muertes en el juego, después poco a poco uno se va acabando por dentro. Si creen soportar eso: adelante, cómprenlo. No digan que no les advertí.
Ahora que he jugado por varias horas, que perdí parte de mi vida, me separé de mis amistades, familia, perdí mi trabajo, casa, y el sentido común. Ahora que no me queda nada más que el alcohol, las drogas y una vida sin esperanza, creo, es ya tiempo por dejar de jugar dark Souls II.
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