Metal Lords | Crítica

“Wasted Years” de Iron Maiden fue la primera canción que de manera consciente escuché del Heavy Metal, apenas tenía 11 años y gracias a mi hermano mayor es que entendí que este género cambiaría mi vida y regiría por siempre la manera en que escucho la música. Solo su servidor podía hacer la crítica de la película que Netflix ha anunciado con doble bombo y platillos china y crash de 20 pulgadas. Y he aquí la reseña a esta película para adolescentes que en realidad es una carta de amor al Heavy Metal y a los rucos que no dejamos morir esta música. ¿Pero qué tan bien escrita está dicha carta?

Metal Lords trata la historia de Kevin (Jaeden Martell) del cual de inicio no sabemos absolutamente nada más que toca la batería de manera paupérrima, y pertenece a la banda Skullfucker, misma que solo lo tiene a él y a su mejor amigo como miembros, Hunter (Adrian Greensmith), quien es un fan verdadero del Heavy Metal y que insiste en que la banda toque lo más pesado posible. En un estudio casero donde predominan los altares a las bandas emblemáticas y artistas clásicos del metal pesado, es que este dueto empieza su aventura por llegar al siguiente nivel del género Post Death Metal y tratar de ganar la Batalla de las Bandas en su escuela. La situación se torna un poco a lo The Beatles cuando una chelista de nombre Emily (Isis Hainsworth) entra en escena y se enamora del baterista, haciendo que la perspectiva de las cosas cambie un poco y sus sentimientos le jueguen ciertas pasadas raras respecto a su amigo metalero, donde la amistad se pone a prueba y es momento de que el adulto salga a relucir, poniendo en una balanza qué está primero: la batería, la novia, el amigo, o su banda.

La premisa ya está, ahora me resta decir para ponerlos en contexto, que esta es una película para adolescentes y de comedia con algunos tintes de drama, pero lo que calma todo son las clásicas y trilladas situaciones de películas estadounidenses sin sentido y que difícilmente nos harían reír.

Hay que tener en cuenta dos puntos importantísimos para determinar porqué Metal Lords es malísima -uy ya les aventé el spoiler-. Uno de los productores ejecutivos es precisamente Tom Morello, guitarrista legendario de Rage Against the Machine, y el escritor es D.B. Weiss, quien arruinara la temporada final de Game of Thrones. Por un lado tenemos a un visionario de la música del cual se nota de manera soberbia que quería hacer un homenaje tremendo a los dioses del Heavy Metal, desde el soundtrack lleno de riffs pesadísimos, una persecución en auto “describiendo lo que es el metal pesado”, escenas musicalizadas para explicar los orígenes del género, actos de rebeldía, un personaje reformado del metal que hace lo necesario para quedar como héroe, hasta terminar con el musical que ponga en la cima a los protagonistas. Y por el otro lado tenemos a un escritor que intentó hacer reír a la audiencia con chistes malos, escenas que no tenían mucho sentido, una evolución mínima en los personajes, giros de tuerca súper predecibles y personajes que no aportan nada a la historia pero aún así aparecen en situaciones donde podían generar algo sustancial, pero ese algo nunca llegó.

No me lo tomen a mal, amo de manera desmedida el metal pesado y cada una de los detalles alusivos a él me hicieron emocionarme sobremanera, pero si quisiera eso, me pondría a ver videos de conciertos, documentales o simplemente iría a mi playlist. Metal Lords no es la respuesta a una opción para sentir nostalgia por un género que la gente considera muerto, pero que en realidad sigue vivo. Al menos en el corazón podrido y oscuro de un servidor.

El homenaje que es Metal Lords se convierte más bien en situaciones de sorpresas agradables a la vista, como el póster de Mötorhead, de Metallica, la playera clásica de Misfits, la guitarra Frankenstein del difunto Eddie Van Halen, la Ibanez blanca de Steve Vai -quien por cierto es asesor musical en la película-, los riffs de legendarias canciones en una escena más mala que la cerveza caliente, y así me podría ir con la interminable lista hasta llegar a la aparición especial de Kirk Hammet (Metallica), Scott Ian (Anthrax), Robert Halford (Judas Priest) y por supuesto Tom Morello. Sí, flipé con el soundtrack que trae clásicazazazazazos como For Whom The Bell Tolls de Metallica, War Pigs de Black Sabbath, Painkiller de Judas Priest, pero ni siquiera esto logra arrancar de manera correcta pues debo reconocer que pudieron haber metido otras tantas, y que habrían terminado de cerrar el círculo de canciones legendarias del Heavy Metal. Pero no me quejo tanto de eso. Ahí muere pues.

El desarrollo de los personajes es terrible, debo decirlo. Kevin empieza siendo como ya dije un baterista malo, pero su actuación es tan mala que incluso siendo malo es malo. Como baterista les digo que cuando uno va empezando no toca de la manera en que él lo hace en la película, y cuando por fin se hace realmente bueno, incluso es malo. Se concentra tanto en tocar en tiempo con la técnica correcta y no perdiendo de vista las notas, que no se nota nunca que disfrute lo que hace, y créanme que cuando uno toca la batería se disfruta a más no poder. Glen Sobel, baterista actual de la banda de Alice Cooper, fue el profesor de batería de Jaeden Martell, y se nota a leguas que lo hizo perfecto, el problema es que la pasión en el trono no se muestra en ningún momento gracias a la actuación acartonada del muchacho a pesar de usar un kit que fácilmente cuesta unos 100,000 pesos nomás por las marcas y configuración del mismo. Pero el kit no hace al baterista.

La señorita que interpreta a Emily, Isis Hainsworth, es la que medio salva el apartado de las actuaciones pues le mete muchas ganas a un papel donde la clarinetista quien en realidad es chelista, sufre de una condición que no le permite estar contenta todo el tiempo y le provoca ataques de ira resultantes en agresiones incluso físicas, y que termina siendo el pretexto por el cual Hunter la acepta por ser “tan metalera”. Esta aceptación se convierte en una de las peores escenas de la película que le sigue a lo que termina siendo el nudo del largometraje, nudo que es difícil de encontrar pues los primeros 45 minutos son en realidad la introducción o planteamiento de la película, así de mal escrita está. Y ni hablar del amigo metalero extremista que a pesar de también imprimirle interpretación y pasión por la música, su actuación es arruinada por lo absurdo de las escenas que pretenden ser divertidas y cómicas, pero que más bien son inverosímiles y sin sentido alguno, por lo que nuevamente regreso al punto del desarrollo de los personajes: o es nulo, o es malo o es forzado. Nunca se siente natural. Pero hey, no olvidemos que este amigo escritor puso al menos importante en el trono de hierro con la justificación de que “era la mejor historia de todo Westeros” en Game of Thrones. Háganme el favor.

No pienso ni gastar mi tiempo en el resto de personajes que no aportan nada a la película, y que además con algunos desnudos injustificados terminan de arruinar la experiencia, no por el desnudo, sino porque no tenía sentido ver traseros al aire.

VEREDICTO

Entiendo cuando una película es comedia, y en este caso sé que lo es pero si los chistes son malos, las escenas son peor de malas y las situaciones ayudan a reforzar este estereotipo del metalero, entonces no veo mucho el sentido de mostrar una producción que prometía muchísimo y que en vez de concentrarse en lo que verdaderamente es el Heavy Metal, se enfoca en mofarse de la pasión de un adolescente que nació en la época equivocada, en la que el Heavy Metal no está en la escena principal y los “hard die fans” son vistos como bichos raros, y en vez de cambiar esa imagen, la confirman y tratan de limpiar con escenas sin una justificación real, ni buena.

Eso sí, la canción original de la película es fantástica para un amante del género, y la pueden encontrar tanto en Spotify como en Apple Music, se llama “Machinery of Torment” de la banda Skullflower, que son los de la película pero con una modificación en el nombre original que era Skullfucker.

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